El Jilguero
Escrita por Donna Tartt, esta novela obtuvo el premio Pulitzer 2014 y en ella narra la vida de Theo Decker, un niño al que le cambia la vida tras sufrir un atentado terrorista en el Museo Metropolitan de Nueva York.
Personajes: Theo Decker (protagonista), Boris (amigo de Theo), Welty Blackwell (socio de Hobie), la familia Barbour (familia snob que acoge a Theo), Hobie Hobart (restaurador de muebles), Larry Decker (padre de Theo), Pippa (amor platónico del protagonista), Kitsey (prometida de Theo).
FICHA:
Editorial: Lumen
Formato: Tapa Blanda
Año: 2014
Páginas: 1152
Precio: 24,90 euros
Traductora: Aurora Echeverría
Comenzaré con un enorme spoiler sobre la novela (1152 páginas bien las merece). La novela se inicia con el protagonista encerrado en una habitación de un hotel de Amsterdam recordando su niñez, más concretamente el atentado que sufrió en el Metropolitan de Nueva York en el que murieron unas 30 personas, entre ellas su madre. Allí, en el museo, el chico se encuentra con un anciano que a punto de morir le da un anillo y le pide que se lleve una pintura (el Jilguero) del museo. Hasta aquí entretenida, con mucho ritmo y adictiva aunque surgen dudas del tipo ¿cómo es posible que un niño se lleve una pintura de un museo porque un anciano se lo pida?
Tras esto llega la vida real, Theo ha quedado huérfano y por tanto los Servicios Sociales intervienen porque el chico no tiene quien se haga cargo de él. Tras unos tiras y afloja se queda en casa de los Barbour (unos snobs insoportables)
A continuación se inicia el descenso a los infiernos de Theo puesto que su padre (que no le había hecho puñetero caso desde que abandonó a su madre y a él) se lo lleva a Las Vegas donde conoce a un chico de origen ruso con el que establece una gran amistad. Su vida parece ir cuesta bajo puesto que su padre (y su pareja) no le prestan ninguna atención y bajo la influencia de Boris empieza a flirtear con drogas de todo tipo (alcohol, porros, speed, pastillas y coca). Todo un angelito el niño.
Por momentos las andanzas de Boris y Theo pueden recordarnos las de Tom Sawyer y Huckleberry Finn aunque ciertamente sus historias son menos inocentes...
¿Y qué ocurre con el cuadro de "El Jilguero"? Pues que lo sigue teniendo oculto sin dar noticias de él a nadie, vamos que está en segundo plano de la novela en todo momento.
Las relaciones entre Theo y su padre parecen mejorar porque el segundo ha dejado el alcohol, pero ésta se estropea cuando un texano llega a su casa y le pide que le devuelva los 50 mil dólares que le debe.
Ese mismo día el padre tiene un accidente y muere (¿asesinado? o será un montaje para conseguir huir?). El caso es que el chaval decide marcharse de nuevo a Nueva York antes que los Servicios Sociales se hagan cargo del asunto dejando atrás a su amigo Boris.
Theo ya en Nueva York acaba viviendo con Hobie (restaurador de muebles que ya apareció en las primeras páginas de la novela) que lo introduce en el oficio de restaurador y a la venta de antigüedades.
En cuanto a las drogas su adicción a ellas es cada vez mayor y parece caer en un abismo del que cada vez parece costarle salir más. Y de repente reaparece Boris que le confiesa que el cuadro no está donde cree y que además lo ha perdido (este Boris es el auténtico estereotipo del mafioso ruso); por si fuera poco Theo descubre que su prometida -Kitsey, hermana de su amigo de infancia Andy- está enamorado de otro... Por ello no le cuesta ningún esfuerzo tomar un vuelo a Amsterdam para recuperar el cuadro junto a Boris. Pero justo cuando lo recuperan se inicia la parte más decepcionante de la novela.
Y es que en las últimas 150 páginas no logra cerrar de manera adecuada la novela, pues poco tiene que ver el tipo de narración de esas páginas a las 1000 anteriores. Demasiado introspectivo el narrador -Theo-describiendo sus pensamientos sobre el bien, el mal o la naturaleza humana y esto no casa con lo anterior quizá por ser mucho más densa. Quizá estas 150 páginas merezcan una relectura porque me da la impresión que realmente el meollo de la novela está justamente ahí.
Lo que más me ha llamado la atención es que parece que Donna Tartt se ha metido en el cuerpo todo tipo de drogas (o sus asesores lo han hecho por ella) porque resulta increíble que haya convertido en obra de arte las descripciones de los sentimientos de una persona en aquellos momentos en los que necesita la droga, la toma y los momentos de euforia y depresión que llegan a posteriori. Quizá estas descripciones son las que consiguen evocarnos a ese Dickens (los críticos no dejan de indicar que esta novela recuerda a las escritas por el británico) que allá por el siglo XIX describía el gran problema de la sociedad del momento (la explotación laboral) de la misma manera que Tartt lo hace en la actualidad con dos de los grandes problemas que sufrimos: la droga y la apariencia.
Por cierto dejo en el aire lo que finalmente sucede que demasiado he destripado ya la novela. Os dejo una imagen de la obra de arte protagonista de la novela:
Comentarios
Publicar un comentario